miércoles, 28 de noviembre de 2007

Augusto y Sucesores


AUGUSTO Y SUCESORES:



Expansión del Imperio Romano en 218 adC (rojo), 89 adC (rosa), 44 adC (naranja), 14 (amarillo), y 117 (verde).


Los sucesores de Augusto no demostraron ser especialmente dotados, evidenciando las debilidades de un sistema dinástico hereditario.

Tiberio, Calígula y Nerón fueron especialmente despóticos, dejándose llevar incluso por los excesos de locura que pusieron a prueba la fortaleza del sistema consolidado bajo la sabia administración de Octavio.


Tan solo

Claudio, emperador después de Calígula, fue la excepción. A pesar de su apariencia torpe, puesto que cojeaba, tenía un tic y era tartamudo, fue uno de los emperadores más competentes que tuvo Roma. Pero a Claudio le vencieron los amores, y todo hace pensar que murió envenenado a manos de su tercera esposa, Agripina quien puso a su hijo Nerón como sucesor.

Nerón acabó rebelándose contra la ambición de su propia madre, mandándola matar. Sus locuras terminaron por ser su perdición, por lo que no resulta extraño que en el 68 perdiera el control de varias legiones, y ya sin apoyo alguno y con un Senado deseoso de nombrar a un sustituto, el emperador tuviera que acabar suicidándose.

Octaviano, más conocido como Augusto, aprendió de la caída de Julio César y evitó sus errores.
Con la victoria de Octavio sobre Marco Antonio, la República se anexionó de facto las ricas tierras de
Egipto, aunque la nueva posesión no fue incluida dentro del sistema regular de gobierno de las provincias, ya que fue convertida en una propiedad personal del emperador, y como tal, legable a sus sucesores. A su regreso a Roma el poder de Octavio es enorme, tanto como lo es la influencia sobre sus legiones.
En el año
27 adC se estableció una ficción de normalidad política en Roma, otorgándosele a Augusto, por parte del Senado, el título de Imperator Caesar Augustus (emperador César Augusto). El título de emperador, que significa «vencedor en la batalla» le convertía en comandante de todos los ejércitos. Aseguró su poder manteniendo un frágil equilibrio entre la apariencia republicana y la realidad de una monarquía dinástica con aspecto constitucional (Principado), en cuanto compartía sus funciones con el Senado, pero de hecho el poder del princeps era completo. Por ello, formalmente nunca aceptó el poder absoluto aunque de hecho lo ejerció, asegurando su poder con varios puestos importantes de la república y manteniendo el comando sobre varias legiones. Tras su muerte Octaviano fue consagrado como hijo del Divus (divino) Julio César, lo cual le convertiría, a su muerte, en dios.


En el plano militar Augusto estabilizó las fronteras del Imperio Romano en lo que el consideraba debían ser sus límites máximos de extensión en el norte. El

limes Elba-Danubio. Así mismo, finalizó la conquista de Hispania doblegando las últimas tribus celtibéras y particularmente a los cántabras que aún se mantenían rebeldes. Esta sangrienta lucha final sería conocida como las Guerras Cántabras. Tan difícil fue la tarea que Augusto se trasladó personalmente con toda su corte a la península ibérica estableciendo Tarraco como capital provisional imperial periodo este en el cual la urbe experimentó un gran crecimiento urbanístico.

Hacia el 17 adC Hispania al completo pasa a dominio romano quedando el territorio organizado en tres provincias: Lusitania, Tarraconensis y Baetica.
En el norte Augusto también obtuvo grandes victorias adquiriendo para el Imperio
Germania Magna cuyos límites se extendían a lo largo del Río Elba. Pero esta situación no duraría mucho. Augusto confió la dirección de la provincia a un inexperto gobernador Publio Quintilio Varo. Su ineptitud y su poco entendimiento de las culturas locales, nada acostumbradas a plegarse frente a un conquistador incrementaron los recelos de los lugareños. Así fue como el 9 adC una rebelión protagonizada por Arminio aniquiló las tres legiones de Varo en una brutal emboscada conocida como la batalla del bosque de Teutoburgo.

La reacción romana permitió evacuar no sin problemas el resto cuerpos militares acantonados en Germania. Augusto escandalizado ante el desastre militar exclamaría ¡Quintilio Varo devuélveme mis legiones!. Finalmente y, a pesar de los deseos iniciales de Augusto, las legiones se retiraron a defender el frente del Rin. Así el sistema de limes nórdico se mantendría estable hasta el colapso del Imperio en la menos firme frontera Rin-Danubio. Augusto recomendó a su sucesor Tiberio que no tratara de extender más allá sus fronteras.

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