Los sucesores de Augusto no demostraron ser especialmente dotados, evidenciando las debilidades de un sistema dinástico hereditario.
Tan solo
Nerón acabó rebelándose contra la ambición de su propia madre, mandándola matar. Sus locuras terminaron por ser su perdición, por lo que no resulta extraño que en el 68 perdiera el control de varias legiones, y ya sin apoyo alguno y con un Senado deseoso de nombrar a un sustituto, el emperador tuviera que acabar suicidándose.
Octaviano, más conocido como Augusto, aprendió de la caída de Julio César y evitó sus errores.
Con la victoria de Octavio sobre Marco Antonio, la República se anexionó de facto las ricas tierras de Egipto, aunque la nueva posesión no fue incluida dentro del sistema regular de gobierno de las provincias, ya que fue convertida en una propiedad personal del emperador, y como tal, legable a sus sucesores. A su regreso a Roma el poder de Octavio es enorme, tanto como lo es la influencia sobre sus legiones.
En el año 27 adC se estableció una ficción de normalidad política en Roma, otorgándosele a Augusto, por parte del Senado, el título de Imperator Caesar Augustus (emperador César Augusto). El título de emperador, que significa «vencedor en la batalla» le convertía en comandante de todos los ejércitos. Aseguró su poder manteniendo un frágil equilibrio entre la apariencia republicana y la realidad de una monarquía dinástica con aspecto constitucional (Principado), en cuanto compartía sus funciones con el Senado, pero de hecho el poder del princeps era completo. Por ello, formalmente nunca aceptó el poder absoluto aunque de hecho lo ejerció, asegurando su poder con varios puestos importantes de la república y manteniendo el comando sobre varias legiones. Tras su muerte Octaviano fue consagrado como hijo del Divus (divino) Julio César, lo cual le convertiría, a su muerte, en dios.
En el plano militar Augusto estabilizó las fronteras del Imperio Romano en lo que el consideraba debían ser sus límites máximos de extensión en el norte. El
Hacia el 17 adC Hispania al completo pasa a dominio romano quedando el territorio organizado en tres provincias: Lusitania, Tarraconensis y Baetica.
En el norte Augusto también obtuvo grandes victorias adquiriendo para el Imperio Germania Magna cuyos límites se extendían a lo largo del Río Elba. Pero esta situación no duraría mucho. Augusto confió la dirección de la provincia a un inexperto gobernador Publio Quintilio Varo. Su ineptitud y su poco entendimiento de las culturas locales, nada acostumbradas a plegarse frente a un conquistador incrementaron los recelos de los lugareños. Así fue como el 9 adC una rebelión protagonizada por Arminio aniquiló las tres legiones de Varo en una brutal emboscada conocida como la batalla del bosque de Teutoburgo.
La reacción romana permitió evacuar no sin problemas el resto cuerpos militares acantonados en Germania. Augusto escandalizado ante el desastre militar exclamaría ¡Quintilio Varo devuélveme mis legiones!. Finalmente y, a pesar de los deseos iniciales de Augusto, las legiones se retiraron a defender el frente del Rin. Así el sistema de limes nórdico se mantendría estable hasta el colapso del Imperio en la menos firme frontera Rin-Danubio. Augusto recomendó a su sucesor Tiberio que no tratara de extender más allá sus fronteras.
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